jueves, 8 de febrero de 2018

EL DIÁLOGO DE LAS INFELICES


 


EL DIÁLOGO DE LAS INFELICES
Estaban en la acequia conversando y riéndose. Sus carcajadas se escuchaban a lo lejos, y  de rato en rato. Yo cruzaba    al otro lado del canal, a donde siempre concurríamos todos los que no teníamos letrinas en nuestras casas. La necesidad me apresuraba.  Pero, al escuchar el acento claro de una conversación y unas risas festejantes, me detuve y cambié de camino. Crucé el canal ocultando mi cabeza y encogiéndome hasta el piso. Así caminé plegado a los verdes piñones hasta esconderme debajo de un frondoso overo. Las copiosas ramas llenas de flores amarillas, me ocultaron tan estratégicamente como para escuchar el ameno diálogo de estas mis desdichadas protagonistas. Cuando crucé la acequia las reconocí. Pues, ellas eran: Manuela de Huamán, la Sacashucaqui,  y Victoria Villarreal, la Cholona; de quienes voy a reproducir esta interesantísima conversación.

La ronca voz de la Cholona se escuchaba con mayor acento.

... somos casadas, tenemos nuestros esposos. Ellos luchan diariamente para que no falte nada en nuestro hogar, además  son puntuales en su trabajo y muy responsables. El mío  tiene trabajo seguro como obrero de campo en Cooperativa Agroindustrial Pucalá, y  al tuyo todos los días lo veo ir a la construcción de viviendas; a quien  por ser un buen albañil nunca  le falta trabajo, todo el mundo lo contrata.

 −Manuela de Huamán le pregunta: −Si tu marido gana buen salario quincenalmente, te pone de todo en tu casa: hermosos confortables, costosos artefactos, preciosos vestidos; y es más, tú estás facultada para cobrar el sobre. Dime: ¿por qué le sacas la vuelta a tu marido?, ¿qué cosa  de bueno tiene el Fortunato, de quien la gente habla que ya te administra por mucho tiempo?, ¿por qué lo quieres a él más que a tu esposo?, ¿qué de bueno tiene?...  Además,  él no reúne las condiciones físicas como para merecer tantos cariños y halagos. No es azafrán que da color ni chancho que da manteca. Yo veo que él es de feo aspecto: tez morena, labios gruesos, pómulos prominentes, nariz aguileña, ojos hendidos. Lo único de bueno que aprecio, es su fornida estatura,  y  supongo  que tendrá una gruesa y grande mazorca para que te remueva bien el cántaro. Y eso puede ser cierto,  porque dicen que los negros se manejan un buen instrumento. Después, otra cosa, no veo  nada de bueno.

−Sí -respondió Victoria−. Yo te voy a contar al detalle todo lo que hago con él, pero con la condición de que tú me expliques ¿por qué te dicen la Sacashucaqui?, ¿y qué de cierto hay con el cabezón Arnaldo? Y bien entendido tengo, que a ti también  tu esposo te pone todo. Bien, tú me cuentas primero, luego yo.

–No, yo te he preguntado primero, y prefiero que tú empieces por contarme todo, y con plena confianza; por algo somos  buenas vecinas  para no  ocultarnos  nada, a pesar de ser un tema que compromete nuestra intimidad.

−Ya, bien, mira hermanita: a  mí me dicen la Cholona porque, como tú ves; tengo un atractivo cuerpo, rollizas caderas, estupendas y portentosas piernas, con gruesos y brillantes músculos. Por estos detalles,  los hombres cuando paso por su lado, sospechosos me admiran diciendo: qué buena hembraza, una pasadita con ella nos quedaríamos placenteramente desmayados de dicha. Mira y escúchame: una mujer puede tener de todo en casa, pero en el amor, no es feliz.

Para que sea feliz una mujer no es necesario que el hombre sea simpático, amable, respetuoso y de buen comportamiento. Tampoco flaco o gordo: su contextura; moreno, blanco, negro, cobrizo: su color; pobre o solvente: su condición económica; ni  que nos acaricie a cada rato colmándonos de abrazos y besos. De la misma manera no interesa que su pene sea grande y grueso, pequeño y delgado, grande y delgado, pequeño y grueso. El éxito de la felicidad sexual depende de una buena estimulación previa al coito; existiendo eso,  ambos estaremos  muy satisfechos.

−Tienes toda la razón, hermana,  no interesa las dimensiones del  órgano genital masculino o de otros factores; sino de una buena excitación. Así por ejemplo, el miembro del Arnaldo no es muy grande; pero cuando entra, aumenta su tamaño,  como el arroz que hincha en la olla.

−Con  el Fortunato Llacsahuanca, cada vez que me entrego a él; a pesar  que  realizamos el amor a escondidas,  a la zozobra del tiempo y de temor que nos encuentren, antes de hacer nos estimulamos muy bien. Iniciamos besándonos profundamente nuestros carnosos labios, luego nos chupamos la traviesa lengua; primero yo a él, luego él a mí. Así, jugamos un momento con ellas girándolas a todos lados como trompitos bailarines. A veces intercambiamos un traguito de saliva cada uno. Mientras nos ofrendamos esas cálidas caricias, él simultáneamente con sus cosquillosas manos me saca todas mis prendas de vestir hasta dejarme totalmente desnudita como Eva en el Paraíso; lista para iniciar una segunda etapa de estimulación erótica. La piel áspera de sus manos recorre mi cuerpo desde los talones hasta mi cuello, deteniéndose donde más me provocan cosquillas. Esas excitaciones hacen que mi cuerpo sienta requebrantes contorsiones de incontrolables deseos. Su dulce lengua recorre mis sensibles senos produciendo inquietas sensaciones, elevadas  erecciones y ardientes estremecimientos. Más abajo, siento que lo coloca  en los palpitantes labios de mi cosita, su rígido   pene  quemante y comburente como un tizón ardiente para avivar a la abrasadora fogata de lujuria que habita dentro de mi codiciada rendijita. !Ayyyy hermanita!, en esas circunstancias siento que  los excitantes cosquilleos de su pene provoca en mi órgano sexual una lubricación en exceso, más de lo que la naturaleza le concedió. Con esos roses que me sigue haciendo, se siente unos deseos  irrefrenables   que salen desde tan adentro de mi acostumbrado vientre,  provocando dentro de mi ser  una sensación desesperada e incontrolable. De tal manera que sí  mi vagina  tuviera manos lo agarraría al grueso y potente pene de mi adorado Fortunato, y lo  metería hasta donde más se pudiera introducir.  Luego lo sacaría, lo metería, lo sacaría, lo metería, lo sacaría, lo metería..., y finalmente lo  absorbería  todito  ese rico y espeso líquido al que yo le llamo la leche de la felicidad.

          Otras veces cuando aseguramos que mi esposo  tardaría en  llegar de su trabajo, hacemos el coito oral. Él con su cosquillante lengua excita a los palpitantes labios de mi deliciosa  vagina  veces sobre veces, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba; dejando peinados los rizados vellos que abundan a su alrededor. Luego en forma lateral separa a los excitados labios hasta dejarlos entreabiertos y latiendo trémulos de ebria excitación, y a  libre vista, el turgente clítoris  que  vibra erecto.

−¿Y qué es el clítoris, vecinita?
−Es ese  miembrito que todo el mundo lo conoce con el nombre de lengüita. Por  la presencia de él en nuestro cuerpo, se dice que las mujeres tenemos dos lenguas y somos muy habladoras.  A ese también le hace deleitosas excitaciones que por momentos siento que lo succiona lo cosquillea, lo succiona lo cosquillea, lo succiona lo cosquillea..., tantas  veces que  provoca unas  sensaciones enigmáticas, indescriptibles  y desesperadas. Tal   es así,  que me hacen lanzar de rato en rato  gritos maullantes como los de una fiera salvaje. Con tan irrefrenable excitación me obliga a decirle que inmediatamente  lo introduzca su rígido miembro caliente y apaciguador, tan adentro, hasta donde más alcance su longitud.   Pero él, lejos de hacer lo que le pido, continúa haciéndome más cosquillas y más succiones que me producen enloquecedores y ardientes deseos de lujuria, hasta que finalmente siento que de mi vagina sale un torrente y vaporizante líquido como si fuera lava de un volcán en suprema erupción,  cuya fuente   se dirige por varios  cauces hasta  inundar todo el dormitorio de mi vivienda. Luego inclinándome un poco, con mis ojos desorbitados miro a mi dichoso Fortunato que absorbe desesperado toda esa copiosa inundación hasta consumir la última gota. Pues, como emanó en abundancia se esparció por sus ralos bigotes y su cara, y  varios chorros por diferentes partes de su cuello, que él lo recogía con sus dedos y  deliciosamente lo absorbía como si fuera un exquisito y muy agradable flan, que Fortunato después de lamerlo todo, levantando sus ojos al cielo dice bebido el manjar  más sabroso del mundo... Después, hago yo lo mismo con él, cogiendo a dos manos su excitado y descomunal  miembro erecto…

−¡Ay!, hermanita, ya no me cuentes más, porque todo mi calzón ya se humedeció. Parece que a mí también me va a venir ese chorro de flan que tú dices, con el sólo hecho de haber escuchado las ardientes y enardecidas relaciones que tú realizas con tu querido Fortunato. ¡Qué dichosa!¡ Qué venturosa, que eres! Dios te ha enviado la felicidad.

−Bueno, si ya no me permites que te siga contando, empieza  tú.
−No, hermanita, continúa nomás, quiero que me cuentes cómo la haces tú a él.
-Ya, hermana, te cuento una buenaza que nos pasó; algo que nunca me olvidaré.
−Te escucho.
−Una vez, cuando yo hacía relaciones con el Fortunato, de tan excitada que estuve me despertó la curiosidad de introducir por un momentito la voluminosa cabeza de su pene dentro de mi boca. Antes de ello empecé por manosearlo cariñosamente, luego retiré los pliegues del  enhiesto instrumento hacia abajo y lo manoseé con cálida pasión. Esta  misma maniobra la repetía  veces y veces.  En seguida lo acerqué a mi boca y empecé a succionarlo ardorosamente  como ternero maduro que da cabezazos a la ubre, para que la vaca suelte la leche. Le pasaba  la lengua por todo el cuerpo de su alargado y endurecido miembro hasta producirle crispantes palpitaciones. Dentro de mi boca sentía que el enardecido objeto se engrosaba y alargaba más y más hasta alcanzar proporciones desmesuradas e inestimables. Su enorme tamaño amenazaba con obstruir todo el interior de mi vestíbulo digestivo y  provocar una asfixia inminente. Cuando de pronto mi mano que tenía oprimido el alargado miembro, sintió intensas dilataciones como respuesta a las insistentes  fricciones que le ofrecía. Así  inició  una fase de alocados espasmos que anunciaban la descarga de una diluviana tormenta acompañada de mugidos ensordecedores. Luego derramó grandes cantidades de divina leche varonil,  que pasaba por mi garganta  espesa y vaporizante... Hermanita, aunque digas que soy una cochina por mi atrevimiento, pero yo me sentía la mujer más feliz del mundo;  aun estando asfixiada y  sin respiración. Así, en esa condición  soportaba las inmensas descargas de tan preciada esencia, que no fue  poco, sino una gran tempestad que se almacenó en mi estómago. Estuve cerca de una  hora bebiéndola, hasta que al fin logré absorber la última gota. Mientras eso ocurría, vi con mis perturbados ojos que mi  agradecido  Fortunato  dando escandalosos gritos de placer, sufrió un dichoso y convulsivo desmayo. Al tardar mucho para volver en sí, me puse  atónita y absorta de terror  pensando que se había muerto. No supe  qué hacer…Hasta que me vino la idea de darle respiración boca a boca.
−¿Y dónde haces todas esas exageradas relaciones?, ¿en tu corral o en alguna casa abandonada?
−No, eso lo hago en mi cama.
−¿Y no tienes miedo que tu marido te encuentre y te mate?
−No. Para ello aseguramos bien lo que vamos hacer. Generalmente lo  hacemos cuando mis hijos van al colegio y el Felipe va a trabajar; Fortunato entra por el corral, trancamos las puertas y aseguramos  los cerrojos.
-¿Y no temes que los vecinos escuchen lo que hacen?


-Sí, hermanita, pero tú sabes que en la hora de los  lascivos y dulces placeres una se olvida de todo,  pareciera que en esos momentos el mundo nos pertenece solamente a los dos. Claro que mis vecinos sospechan. Un día me preguntaron ¿qué me había pasado, que tantos gritos se escuchaban dentro de mi casa? Yo disimulando les dije que me había picado un alacrán cuando estaba arreglando mi cuarto.  Pues,  realmente esos alaridos no eran más que las deliciosas respuestas de nuestro supremo deleite sexual  que se expresaban en  escandalosas exclamaciones.   Por eso  que la gente del pueblo hace  muchos comentarios y habladurías acerca de nuestra informal e impía convivencia.
-¿Y qué tiempo convives con él?
-Ya como siete años, incluso el último hijo que tengo es de él. No te has dado cuenta que tiene algunos rasgos físicos parecidos a Fortunato; menos mal, que el muchacho ha  jalado más para mi raza; de no ser así, el Felipe ya se hubiera dado cuenta que mi Adrianito no es su hijo…
-¿Y si algún día se llegara a informar, qué ocurriría?
-Ya para eso tenemos un plan preparado.
-¿Y lo que realizas con el Fortunato por qué no lo haces de la misma manera con tu esposo?, ¿acaso él no te motiva igual?, ¿no te excitas bien con él? ¿Por qué no le comunicas que en el momento en que están haciendo el amor, tú no sientes placer?...

-Mira, hermana, yo con él me fui virgen al matrimonio, una mujer adolescente, neofita  y cándida en  los menesteres carnales. Desde el primer contacto sexual que tuve con mi esposo, sentí esa frialdad egoísta. Pues pensé que eso ocurrió por la emoción y la contención prolongada que tanto tiempo había esperado para hacerme suya. En el coito, dio rienda veloz a sus bajas pasiones y se quitó de encima sin decirme nada.  Entre mí dije: “¿qué, así serán las relaciones sexuales, tan rápidas y fugaces? ¿Acaso no producirán placer?  “Yo  he escuchado  decir a muchas personas, que hacer el amor es el deleite más supremo que hay en el mundo,   que es tan igual  gozar de la gloria celestial estando aquí en la tierra?  Pues, a mí me habían causado sensaciones muy dolorosas. Quizás en lo sucesivo  nuestras relaciones serían más complacientes y poco a poco alcanzaríamos la plena felicidad”.
        Siempre me interrogaba eso. Cada vez que hacíamos no había ningún cambio ni mejora alguna, él continuaba con su mismo  modo de hacer. Besarme un momentito,  sacarme la ropa,  colocarse encima,  abrirme las piernas e introducir su delgado pene. Luego aceleraba sus movimientos hasta que le venía su espeso chorro de leche y de  inmediato  se bajaba. Hasta ahora no cambia.  A veces  yo lo estimulo, lo abrazo, lo beso, lo acaricio con la finalidad de hacer un coito placentero, pero él lo mismo hace.  Como el gallo sube y baja  rápidamente, y me deja con todas las ganas…; justo cuando él acaba, yo recién empiezo a sentir esos enloquecedores orgasmos.

-Claro, valga la comparación que en el acto sexual, la excitación en la   mujer es más  lenta, es  como la ollita de tierra que  demora  en cocinar; mientras que el hombre es como el horno microondas que muy rápido se excita. Las dos protagonistas se carcajearon: Ja ,ja , ja..., ja, ja, ja...
-¿Y en ese momento no le puedes decirle que no has alcanzado  aplacar tus deseos sexuales?
-No; temo que él vaya a pegarme, me haga problemas y descubra algunas sospechas, como es un hombre machista y aferrado a su antigua crianza: mejor me callo.
-¡Qué?, ¿y no puedes decirle que practiquen algunas posiciones o formas diferentes de hacer el sexo?
-No hermanita, mejor me abstengo; lo único que hago  es  cerrar los ojos y  hacerme la idea  que estoy haciendo el amor con mi querido Fortunato. Y si eso le digo, sería  peor, sería mi  condena. Lo primero que me preguntaría: ¿quién te ha enseñado a hacer de esa manera? ¡Huy, hermanita!, ni hablar. Pues a los hombres machistas no se les puede decir nada de nuestra intimidad. Qué le vamos a platicar que en tal o cual posición me siento mejor, que tal postura me hace doler, que me desconcentra… Menos será mencionarle  que no hemos alcanzado placer; simplemente tenemos que callarnos para evitar problemas, aunque seamos infelices en el amor, cuando es  verdad que  Dios, el ser supremo nos creó para eso. Por esta razón es que me he visto en la necesidad de llamar al Fortunato, aunque me digan infiel.

-¿Y cómo nacen esas relaciones con él?
-Yo escuché un día en una conversación que este tal Fortunato hacía feliz sexualmente a su mujer; que la excitaba muy bien y la hacía subir hasta la cima del placer y dando sordos murmullos se desmayaba de tan grata satisfacción. Cada vez que con ella hacía el amor, le descargaba todos los deseos hasta por quince días; dejándola  escurrida toda la leche como  un porongo vacío, hasta que otra vez se llenara  gota por gota. Esa información fue, como si la pulga me hubiera entrado en la oreja; día y noche fui pensando en él. Mis deseos se avivaban por Fortunato incontrolablemente, hasta que un día por casualidad pasó por mi lado, y lo primero que hice fue darle una oportunidad de conversación, allí surgió un poco más de confianza. La próxima  vez que lo vi pasar, le hice bromas y sonrisas coquetonas y él también perdiendo todo escrúpulo de respeto me cortejó... y otro día que nos volvimos a encontrar lo cité a un lugarcito y allí llegó. De esa manera ocurrió nuestro primer encuentro, de donde salí convencida de su excelente motivación y de lo tan placentero que habían sido las relaciones sexuales; y lo que realmente una mujer puede ser feliz junto a un hombre que sabe hacer el amor. Desde esa fecha a escondidas convivo con él, haciendo todo por él, y en recompensa de la felicidad que me brinda, del diario que me da mi esposo ahorro para darle a mi querido Fortunato; incluso  le he hecho una promesa, de nunca separarme de su lado; porque es el único ser que me ha hecho dichosa en este mundo. De allí que he llegado a la conclusión que una mujer es feliz aunque no haya dinero, si sexualmente existe comprensión.
       Ahora sí hermanita, relátame tú, aunque yo tengo mucho más para contar; pero te narraré en cualquier otro momento.

“Yo seguía oculto detrás de los overos y los bichayos escuchando este interesantísimo diálogo. Entre mí decía: cómo son las mujeres infieles y procaces, a sus maridos les engañan. Pues, si estos se llegaran a enterar, quizás en el acto las matarían”.

- A mí me dicen “la Sacashucaquis”, no vayas a pensar, hermana, que cuando se hace las relaciones sexuales, con los apurados movimientos el pene suena como si le estuvieran sacando shucaquis. No, no es por eso, sino porque una vez mi marido llegó temprano del trabajo y casi me encuentra in fraganti, justo apareció cuando habíamos terminado. El Arnaldo salía por la puerta y yo aún estaba sobre la cama poniéndome el calzón. Arnaldo lo saludó de una manera muy cordial, gesto que disimuló cabalmente nuestra fechoría. Ellos se estrecharon las manos mutuamente; mientras eso yo me apuré en levantarme y corrí a la sala simulando estar enferma, todavía quejándome de fuertes dolores de cabeza. Sheba -le dije-, tan temprano han salido hoy día del trabajo.
 –Sí, se ha terminado el material por eso ya salimos todos a descansar –contestó sin denotar suspicacias.
-Yo, fíjate, desde la hora que tú saliste me he puesto muy mal, he tenido un intenso dolor de cabeza que no sabía qué medicina tomar, no sabía qué hacer. Menos mal que el vecino Arnaldo pasaba oportunamente por acá, y al sentirme así, le rogué que me sacara el shucaqui, para eso  lo hice pasar al vecinito Arnaldo, quien presto afirmó: shucaqui ha tenido la vecina. Sebastián, creyendo que era cierto le dijo: descanse vecinito, muchas gracias por haberle atendido en esta  emergencia a mi mujercita. Tome asiento, descanse vecino, hasta que Manuelita nos prepare un almuerzo, en tanto  que le pase su malestar.
      “Detrás de los overos yo pensaba que este sinvergüenza se había quedado a almorzar. Cierto, Arnaldo ni corto ni perezoso se sentó a esperar”.
      Y como las paredes siempre hablan, se difundió esta treta por toda la vecindad y desde esa fecha me bautizaron con el apodo de “Sacashucaqui” -relató Manuela.
    Pues, mira hermanita, a mí también me ocurre  lo mismo que a ti. Yo con el Arnaldo soy muy feliz. Me paso la gran vida, una vida de dicha y felicidad. Con Sebastián vivo en serios problemas, para todo discutimos, odio le he agarrado; muchas veces ruego que se muriera o que si Dios lo recogiera, en buena hora sería.

 -Pero él es simpático: pelo castaño, nariz perfilada, ojos claros, tez blanca y de buena estatura. Por su forma de conversar se deja notar un carácter apacible y tranquilo  -declaró Victoria.

 -Eso que sea guapo, hermoso, simpático  no interesa para ser felices, para vivir bien tiene que haber comprensión en todo, porque cuando se vive así, ni el manjar más exquisito sabe a dulce, sino amargo; en cambio, cuando hay bienestar, hasta un plato de agua con sal es sabroso. Esto coincide con lo que tú dices que la buena presencia de la persona no nos da la felicidad; sino, lo que importa es que como seres con sentimientos, tengamos derecho a recibir un buen trato y a ser comprendidas como tales; no sólo en nuestras necesidades materiales, sino en lo  más importante: nuestros afectos psicológicos y sexuales; particularmente en lo último. Cuando una mujer sexualmente está bien complacida, tiene gusto y humor para todo; de lo contrario, toda cosa y toda palabra que nos dicen, nos enfada -dijo Manuela con tono enfático.
-Eso es cierto, hermanita -afirmó Victoria.
-Pues en las relaciones sexuales andamos muy mal con él, cuando desea me pide que me entregue, si yo le digo que no, no me exige;  si es que  le acepto ni me acaricia ni me besa, solamente se preocupa por satisfacerse él y no le interesa si yo me siento retribuida, si logro excitarme o no. Creo que eso pasa con la mayoría de los hombres, ellos ignoran que las mujeres también debemos sentir placer en las relaciones sexuales. Y lo peor, es que no dan confianza para decirles que no hemos alcanzado plena satisfacción; que la postura que ellos practican no nos brinda suficiente excitación, por el contrario nos incomoda, desconcentra y  causa dolor. Como decirles que nos exciten de otra forma, y que nos haga  mitigar nuestra ansiedad. Nos consideran como cualquier objeto, por lo tanto, tenemos que callarnos y soportar que ellos nos tomen como quieren -aseveró Manuela deplorando su insatisfacción.
      Lo que no ocurre con el Arnaldo, en él tengo más confianza, le pido que me haga lo que yo quiero, que me coloque en diferentes posturas: el gato, el perrito, salto del tigre, la palomita, filo de catre, piernas al hombro, la carretilla, el helicóptero, el preso, el carpintero, el zapatero y otras fantasías más, como el beso negro, el coito oral,…, y con todo lo que realizamos: qué feliz me siento. Cada vez que hacemos, tratamos  que entre todito su pene, que no quede ni un milímetro afuera, cosa que cuando los labios menores y los músculos vaginales se contraen lo ajustan y se siente que entra ajustadito produciendo sensaciones, goces y placeres indescriptibles. Y cuando se dilatan lo sueltan al  endurecido miembro, haciendo que se resbale y vuelva a entrar, que  se resbale y vuelva a entrar, produciendo unos sonidos onomatopéyicos  similares al  silbido del pico de una botella, o  al  apurado relamido de un perrito que está tomando la sopa:  locc-loccc-loccc-loccc-plac-placc-placcc-placcc. Y por la parte inferior de mi apetecido orificio vaginal siento que se filtra un líquido láctico que sale calientito y espumeante, a irrigar la agrietada  piel oscura que cubre los testículos de Arnaldo, humedeciéndolos como lluvia feraz que cae sobre terreno sediento. Estos al sentir la humedad inmediatamente se agrandan y emanan torrentes cantidades de esa cara esencia varonil. Después de varias sobaditas  y  salvajes embestidas terminamos juntitos, y nos quedamos abrazadiiiitos con brazos y piernas  anudados como fieras en los celestiales confines del placer; emitiendo profundos suspiros como respuesta crepuscular de nuestra escena amorosa, hasta que nuestros músculos tensos se vuelven laxos y nuestra piel sensible se enfría erupcionando unos granitos por  todo nuestro cuerpo, como si fuera la piel de la gallina -departió Manuela con un tono de jadeante excitación, como si aún todavía estuviera en el acto.

-¿Dime cómo es esa posición del helicóptero y del preso? -interrogó muy inquieta Victoria y llena de curiosidad.
- Para mí, es la mejor postura que practicamos. Esa la hacemos cuando estamos bien excitados: yo me coloco sobre él, debajo de sus nalgas colocamos una almohada para que el pene sobresalga y yo giro vueltas y vueltas sobre él, con el instrumento adentro; y siento que me rebusca todos los rincones de mi con..., y termino aterrizando aparatosamente sobre un siniestro lago de leche -describió Manuela.
     Hermanita, yo también me he atrevido tanto, hasta arriesgar mi vida a cambio de esos deleitosos y prohibidos placeres. Una vez en la época de verano estuve en dieta; después que habían pasado muchos días que no podía comunicarme con mi querido Arnaldo, ni gozar con él.            Mi cuerpo ya no se encontraba tranquilo ni un rato; mi vagina, con el solo hecho de pensar que tenía que verme con él en cualquier momento, solita palpitaba y  se humedecía, y  mi vientre segregaba una  sustancia viscosa y amarillenta  muy  parecida al  moco, que al tocarlo se pegaba en los dedos y se estiraba como chicle,  y a mis ropas interiores las manchaban abundantemente. Esto me incitaba a buscarlo, y donde la encontrara  al instante me  entregara dondequiera, a la vista de quien sea y sin escrúpulos. Todas esas osadías   me ocurrían en esos días que la excitación era general y difusa, que estremecía todo mi cuerpo: era insoportable -relató Manuela.

      Como mi esposo se había dado vacaciones por ese entonces, mejor dicho había paralizado las construcciones; estaba en la casa y no salía a ninguna parte. En todo momento estaba a mi lado, ya me acompañaba a recoger pasto, ya  a juntar la leña, ya a traer el agua... Si estaba en la cocina, allí se sentaba a mi lado; en la sala, también; en el corral, de igual manera; de tal modo que  no me descuidaba para nada. Y yo, no podía verme con mi querido Arnaldo; hasta que una mañana me escapé bien temprano de la casa para dejarle un papelito, citándole que viniera por la noche al frente de mi casa donde había un solar abandonado; y allí detrás de la pequeña barda  acondicionara un lecho apropiado para el amor, a donde yo me escaparía. Para evitar sospechas  ingresaría por la chacra del señor Torres que colinda por la parte posterior del inmueble que queda al frente de mi ramada.
       Yo con mi esposo salíamos todas las noches a partir de las ocho a sentarnos en el banco de la ramadita, para recibir la  fresca ventilación vespertina de la suave brisa que a esa hora atenuaba el intenso calor que se sentía dentro de la casa. Y yo, me apartaría de Sebastián  pretextando hacer la necesidad del cuerpo, pasaría la barda y allí me entregaría como siempre. -Le dije en la nota, agregó Manuela.

         La primera noche, todo salió con éxito. Él me esperaba echado sobre el sólido lecho, tendido de espaldas con el pene bien erecto y duro como un mástil, enarbolando flameante la bandera de la lujuria. En las noches sucesivas como era de costumbre, pasaba la barda, me levantaba el vestido y me sentaba encima; y echándole miraditas de rato en rato a mi marido empezaba a restregarme aceleradamente; daba tres o cuatro movimientos y lanzaba otra miradita por sobre la barda  para prevenir que Sebastián nos encontrara en pleno pecado carnal. Así de esa manera terminábamos de copular dando sordos bramidos. Mi marido  parece que escuchaba los gruñidos que dábamos y me decía, ¿qué tienes Manuelita?, ¡tanto te demoras!, ¡avanza ya!... Fue así, que delante de mi marido  tantas  noches  hicimos el amor  en la penumbra de la radiante luna. Los zancudos le molestaban demasiado a  mi
  
esposo, obligándolo a caminar y caminar por debajo de la ponciana, espantándolos y matándolos a los que le picaban en los brazos y en la cara. Repentinamente una noche de mala suerte y desventura  mi esposo se acercó hasta la barda, y yo al verlo tan cerca…
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